Heridas del alma
Retrospectiva 1991-2006 en el Casal Solleric de Palma
Posiblemente no lo había
previsto de antemano, pero el paso del tiempo ha ido ampliando el espectro
natural de la obra de Matas, ya desde sus inicios marcada por la inquietud de
su conciencia feminista, hasta abrigar una profunda reflexión que se cierne
sobre la condición femenina, así como sobre la exclusión y la violencia de
género. Desde el centro simbólico del entorno doméstico, discurre ese arco
conceptual que iría extendiéndose paulatinamente más allá de sus límites
geográficos, sociales y culturales. De ese mundo genuinamente privado y de sus
pequeñas cosas (tapetes, jarras, vestidos, mantas, manteles, sábanas) proceden
todos los materiales y los elementos simbólicos con los que empieza ese
itinerario personal que va desde la descripción dramatizada y la interrogación
a la denuncia.
Los autorretratos de la
artista vomitando trazos negros sobre el espacio visible que se halla a
nuestros pies y esos primeros trabajos centrados en actividades propias del
universo femenino tradicional –como coser y bordar, o rezar - inician el
recorrido expositivo que llega a esa sala final en la que se levanta un
claustrofóbico laberinto de telas-manta-pintura cosidas a mano y bordadas con
frases extraídas de fuentes tan diversas como poemarios, revistas y periódicos,
junto con los nombres o las historias de muchas mujeres anónimas rescatadas del
olvido. Culmina aquí ese poema visual que rinde homenaje a todas esas mujeres y
niñas violadas, torturadas o muertas, y toda la secuencia de textos escritos a
mano en las paredes de las salas con los que se consuma ese deambular a lo más
profundo del alma femenina.
Ser la voz y la imagen de
todas esas mujeres anónimas, asumir su identidad y mostrar las heridas de su
cuerpo y su alma. He ahí el proyecto artístico al que quiso dar forma Teresa
Matas desde que instaló su estudio entre los muros de un antiguo convento. Fue
allí donde empezó a elaborar esas imágenes cruzadas por frases hechas y
pensamientos personales que desvelaban la importancia de ese “adentro” íntimo
en el que se acumulan, silenciadas, tantas frustraciones. Fue en ese espacio
impregnado aún de los ecos de las letanías y las oraciones, donde fue
acumulando todos los objetos que acompasaron sus sucesivas series de obras,
donde cosió a la medida de su cuerpo esos vestidos de telas hirientes, ásperas
y gastadas, y concibió los vomitorios de cerámica o los altares dedicados a
María.
Más tarde llegarían sus
impresionantes esculturas de vestidos abombados que evocaban la violación de
niñas, los vídeos –como ése que narra la dramática huida hacia adelante de una
mujer acosada- las esculturas de acero y, sobre todo, esa ingente colección de
obras realizadas con colchones, mantas, sábanas, cortinas, manteles... cuya
memoria abrumadora y sofocante pone el punto y aparte a una reflexión
definitivamente comprometida con la conciencia.
Pilar Ribal
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